En la cabeza de un noble inglés muestra la elegancia, en la cabeza de un individuo común muestra su excentricismo. Una gorra vasca en España es símbolo de la tradición de Euskadi, en cambio en la cabeza de un salvadoreño es imitación de los poetas del siglo pasado. La boina en la cabeza de un militar es un distintivo del hombre de armas, en un joven que se manifiesta en contra de la injusticia en las calles de San Salvador es símbolo revolucionario. La moda muestra mucho de una cultura. La forma de vestir que usan los habitantes de cada país y de cada época hacen posible estudiar y comprender su significado, sus formas de ver la vida, su noción de belleza y de adaptación. Pero estos detalles no sólo enmarcan la cultura de cada nación, sino la forma de pensar de cada ser humano. Según como se mira y se viste la gente, genera una opinión de sí misma y de los demás; lo que vuelve a este fenómeno una clave de comunicación no verbal. Al mundo se viene desnudo. Por la necesidad de protegerse del clima se adapta el vestuario, si nuestros antepasados no hubieran encontrado formas para abrigarse es posible que los humanos estuviéramos ausentes o mermados en este tiempo. Además de que la ropa sirvió para que nos protegiéramos de las picaduras de insectos o de los cortes de espinas. De igual forma el calzado se volvió imprescindible para proteger nuestros pies de la intemperie, las piedras, las serpientes y el calor del suelo. Con el tiempo le añadimos los accesorios que ahora resultan vitales, sobre todo para la juventud. Cada hebilla, cada agujeta de más, cada combinación de colores propone algo. En la antigüedad utilizar un vestuario de cuero era distintivo del grupo de cazadores. Para los nativos americanos la cantidad de plumas mostraban el grado de jerarquía o de valor en una tribu. En los nativos australianos en cambio es de rigor pintar sus cuerpos con elementos de la tierra como ritual de iniciación. De igual forma ahora lo ostentoso se muestra con un estilo y con una marca, que puede ser una argolla o un tatuaje. Todos estos elementos que utilizaron nuestros antecesores, como signos de identidad, no mueren con el tiempo, sino que se transforman y se expanden gracias a la globalización. Mucha gente continúa haciendo esto. En pleno siglo XXI se aprecia el uso de accesorios. Es más frecuente observar en la sociedad los piercing, tatuajes, peinados y otros aditamentos. Por lo general estos elementos expresan la actitud de personas abiertas a experimentar tendencias, aunque puedan ser individuos conservadores en otras costumbres. Todos estos signos se han sumado e integrado a las diversas culturas, ahora muchos de estos que eran característicos de etnias y naciones son parte del mundo.
Cada vez nos convertimos en una sola nación multiforme. Lo que sucede en Portugal puede ser conocido en segundos por un joven de la Patagonia e incluso por un inuit. Las fronteras sólo las tienen los países, el mundo es una enorme red donde cabemos todos. Y así podemos ver señales más universales en el vestir, como por ejemplo utilizar el saco y la corbata, que simboliza la seriedad. Este vestuario se ocupa como la tarjeta de presentación de empresarios, políticos y abogados. Y dentro de este vemos códigos que delimitan aún más el estatus y los roles de cada uno a partir del color de los zapatos y calcetines que usan, el grosor de la corbata, la longitud de la solapa del saco. Aunque también pueden ser una señal de inadaptación si vemos a una persona vestida de etiqueta en una playa tomando el sol o una muestra de rebeldía cuando lo porta un guitarrista con desenfado al ejecutar una pieza de Heavy Metal. En cambio vestir de camiseta y pantalón corto es muestra de desfachatez en casi todos los países, sobre todo, en el nuestro. En las filas de los bancos se puede ver la diferencia en el trato a un individuo que entra a retirar dinero. Es revisado exhaustivamente por su apariencia: lleva cabello largo con rastas, camisa floja y sandalias. Por esa razón muchos países han tenido que elaborar leyes para evitar estos actos xenófobos. Lo que si es un hecho es que la gente juzga de acuerdo a cómo viste su prójimo. Así se le ha enseñado a las personas por siglos, incluso han determinado que los varones deben utilizar el azul y las niñas el rosa. Los salvadoreños, al igual que el resto del mundo, estamos atrapados en esa comunicación no verbal, aunque no de la misma forma que un europeo o un estadounidense. Nosotros no creamos tendencias de moda ni mostramos nuestra cultura, sino que transculturizamos la que nos envían desde los medios de comunicación. Como norma el país más fuerte o más grande define las costumbres de los pequeños. Durante el dominio romano este imperio impuso su tendencia al resto de provincias, luego lo hizo España y así sucesivamente lo ha hecho cada potencia. Vestimos como estadounidenses, nos guste o no. El país recibe ropa usada o rebajada de precio que envían los hermanos lejanos. Compran ropa estadounidense y, sin quererlo, elaboran ropa con los cortes y estilos de los norteamericanos. En dos décadas nuestro vestuario dejo de ser fabricado a la medida, se compra ropa elaborada en base a moldes y medidas universales. El Salvador no tiene una tendencia propia. No se pudo mantener los hábitos del vestuario de los nahuat o lencas, ni los que legaron los españoles. El salvadoreño no fue capaz de adaptar ambas tendencias para crear una propia, aunque se intentó con la producción de camisas de manta con bordados. La globalización ha sido la principal causa de este fenómeno. Y cada vez vemos que más personas se alejan más de una identidad original y luchan por parecerse a los astros de la TV, al cantante de moda o al futbolista de la Liga Española. Todo como una consecuencia del consumo sin reflexión. Si sabemos qué necesitamos, la forma de vestir podría dejar de ser una «necesidad» y la moda impuesta cambiaría para mostrar una identidad más personal. La gente considera necesaria la urgencia de satisfacer su deseo de parecerse a alguien o identificarse con un grupo, si existiera reflexión podrían darse transformaciones interesantes en el vestido del salvadoreño. Dentro de estos movimientos de la moda también se encuentran las personas que se visten asumiendo el rol de un disfraz. Desean parecerse a un samurai, entonces se viste como uno; quieren ser soldados, así que deambulan por las calles con pantalones camuflajeados. Se disfrazan para toda ocasión, como los estadounidenses que utilizan un vestuario dependiendo de la actividad que vaya a realizar. Si van a cortar la grama se visten como jardineros en el mejor de los casos, en el peor como exploradores de la selva. Así vemos a los salvadoreños adaptando como propias diferentes costumbres, pero con un agregado: se disfrazan sólo por el hecho de ser objetos de la mirada de otros. En los centros comerciales, en las calles, podemos apreciar decenas de jovencitas con botas de piel hasta las rodillas. En una ciudad como Yukón en Alaska no sería raro verlas e incluso en una ciudad fría como Alemania o Rusia. Pero en El Salvador donde el clima oscila entre 24 y 40 grados, no está de acuerdo a la realidad climática. Sin embargo, estas chicas se sienten bien al usarlas y mientras la tendencia no varíe seguirán la moda. Los jóvenes también hacen sacrificios por la moda y los vemos caminar con chaquetas de cuero bajo el sol del mediodía de San Salvador dejando caer enormes gotas de sudor, pero felices. Además de la gente que sigue la influencia involuntaria de la moda hay dos diferentes tipos en esta situación. Existen personas que no son influenciadas por la moda. Estos combinan su ropa según los patrones que observan a su alrededor o que les obsequian, mostrando eso: no seguir la moda. Y el otro grupo a los cuales, psiquiatras como Sigmund Freud, afirman que carecen de personalidad o son inmaduros, porque adoptan las tendencias de la moda para sentirse identificados con un grupo. Pueden imitar estilos de épocas pasadas o actuales como los hippies, los beats, los punk, los emos, las lolitas, etc. Tendencias exportadas desde otros países. La gente sin darse cuenta pierde su identidad al apropiarse de modelos externos que vuelven la moda algo uniforme para todos los continentes, dejando lo que caracteriza a cada nación, como un elemento folclórico o una muestra turística. Existen varios diseñadores de moda en El Salvador, pero no marcan una tendencia, porque la competencia con la moda externa o la fuerte influencia de los medios de comunicación van moldeando nuestra vestimenta. Incluso ellos mismos siguen estas tendencias, algunas veces innovando, pero siguiendo la tendencia estadounidense o europea, sin indagar más en nuestros orígenes. Lejos quedaron aquellos días en que los sastres, costureras y zapateros elaboraban los productos a la medida y al gusto de la gente. Ahora en cambio el modelo en serie es lo óptimo. Miles pierden su personalidad como resultado de la producción en masa y aún así los jóvenes de hoy muestran que necesitan la originalidad, y lo demuestran con sus peinados y curiosas combinaciones en los vestidos. Esto les brinda un toque de personalidad a los vestidos que venden en los almacenes, pero aún no han llegado a imponer un estilo como en su tiempo lo hicieron los beats o los hippyes o los revolucionarios. Siempre son esclavos de tendencias extranjeras que poco tienen que ver con nuestra historia o nuestra realidad.
Mauricio Vallejo Márquez es poeta, narrador y periodista salvadoreño. Edita y Coordina el único suplemento cultural salvadoreño (Tres Mil), escribe para Cuadernos Hispanoamericanos y la Revista Biblioteca Islámica.
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